• Hola, soy Stig Inrau, y esta es mi historia ...

    Hola soy Stig Inrau, un joven de 25 años al cual le gusta la lectura fantástica, épica y medieval, futurística, el realismo súcio, la generacion beat, y el simbolismo en prosa de finales del siglo XIX. Con este blog pretendo escribir pequeños relatos con los cuales me desahogo en mi tiempo libre, no pretendo que nadie me compare ni me asocie con ningun autor, ya que las influencias son variopintas y no existen dos personas iguales. Con él no tengo intención de que se me juzgue, ni de caer bien a nadie.. ni espero que nadie lea este blog, pero sinceramente, un blog es "bueno" a partir de cuando recibe críticas, insultos, y se le censura, como las mejores películas y las mejores obras. " El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado. Gandhi " Los episodios que describen mi vida se suceden, aunque no tienen porque estar relacionados, ni en un contexto histórico ni en contenido. El primer episodio, es el último del blog, del mismo modo que el último episodio que aparece al entrar al blog, es el primero que aparece.

Era un sábado. Anochecía y yo iba cargado de cervezas así que pensé que podía hacer para distraerme esa misma noche.

Busqué en el bolsillo de la chaqueta que había colgada en el perchero, una invitación a un concierto que me había dado Lois la última vez que me pasé por el Centeno. Era un bar alegre. Habituaban jóvenes morfinómanos y demás adictos al sexo y a los barbitúricos. De vez en cuando me pasaba para pillarle algo al camello.

Encontré la invitación de Lois. Estaba algo despedazada pero pensé que valdría de todos modos. Salí de mi apartamento. Abrí la puerta trasera de mi Corsa y derramé mi chaqueta, las llaves del apartamento, mi caja de cervezas y todo lo que llevaba en ese momento.

Conducí hasta la avenida principal y después torcí al norte por la carretera que me llevaba a las afueras de la ciudad, donde según indicaba el papel, montaban el concierto.

No era muy asiduo a los conciertos, pero no solía descartar la posibilidad de asistir a uno siempre que me invitaban.

La carretera se fué haciendo más estrecha, y el asfalto dió paso a la gravilla y el polvo. Subí las ventanas de mi Corsa. Tuve que beberme rápido la cerveza que había abierto para el camino porque con las sacudidas mi cerveza empezaba a espumajear. Odiaba la cerveza sin sus burbujas y sin el sabor que tenían recién abiertas.

LLegué a un descampado y pronto empecé a oir la música de fondo. Parecía una música bestial, pero no queria subestimarla sin oirla de cerca. Aparqué el Corsa en el primer lugar que vi, a la entrada de la esplanada. Bajé del coche, y agarré mi caja de cervezas. La música se oía cada vez más fuerte. Era como un recital cruel y sanguinario que a simple vista podía acallar a un valiente y hacer que se le cayeran los calzones.

El concierto se hacía en una casa que estaba en ruinas, en la planta baja. Aparentemente la casa parecía deshabitada, pero por las pintadas de las paredes, la ropa que colgaba de las ventanas y el pequeño huerto que había en su lateral, imaginé que alguien se debía ocupar de ella. Entonces ví a Lois.

- Hombre, Stig!
- Que tal.
- No te esperaba por aqui - dijo.
- Me he encontrado con tu invitación y aquí estoy - le contesté convencido.
- Me alegro de que hayas venido - continuó - Acompáñame, te voy a presentar a Pastel y a Carry.
- Bien.

Lois era un chaval de veintitantos años, era alto, delgado y tenía el pelo oscuro. Su cara estaba marcada por las viruelas de su infancia pero seguía teniendo su encanto. Quizás era su manera de andar.

Llegamos a la puerta de la casa y Lois la abrió cediéndome el paso, educadamente.

- Entra Stig, no te asustes - me dijo.
- No creo - le dije yo.

Lois no sabía que con el paso de los años había desarrollado una capacidad para desenvolverme de manera inhumana entre la mierda y la basura.

La casa por dentro no iba más alla de lo normal. Era una sala garnde. Las paredes de la izquierda eran negras, mientras que las de la derecha estaban llenas de garabatos, dibujos y demás frases que tras leerlas, me parecieron fruslerías de niñatos anarquistas, que seguramente habrían leído a algún pensador virtuoso de la época. El resto de la sala estaba llena de sofás viejos, colchones rotos, pósters, una barra de bar reciclada, y más gente de la que yo me imaginaba.

Se me acercó un chaval.

- Eh tío, ¿Quieres algo? Tengo lo que quieras, solo tienes que pedirlo.
- Quiero que podamos sacar a pasear a los perros con cadenas de longanizas - le contesté.

El chaval me miró sorprendido. Soltó un bufido y se dió la vuelta. Mientrastanto Lois me agarró del brazo y me condució a uno de los sofás. En él se encontraban dos hombres de mediana edad. Vestían negro. Tenían tatuajes y gomina en el pelo. Estaban tumbados en el sofá cómodamente mientras dos zorras les susurraban cosas al oído y soltaban gemidos y risitas. Detestaba el ruido de los murmullos y los bisbiseos.

- Pastel, Carry, este es el tipo del que os hablé - dijo Lois.
- Hola - dije yo.

Me miraron de arriba abajo como si fuera un traje de fin de año. Los dos se echaron a reir. La verdad es que mi ascendencia finlandesa solía causar gracia. Era alto, delgado, flágido, tenía una piel lechosa y llena de pecas, y nunca había iluminado a nadie por mi belleza.

- ¿Qué os hace tanta grácia? - les pregunté a los dos capullos.
- Nada hombre - me contestó el del tatuaje del cuervo en el brazo- Solo que no esperábamos que fueras un puto lechoso enfermizo.
- Mis padres son Finlandeses, y no me gusta el deporte.
- Vaya, qué pena - soltó un bufido.

A primera vista estos dos personajes me parecieron los pastores que debían dar de comer a toda la demás calaña que se esmeraba por sentirse integrada en un grupo o identificada con los ideales pertinentes con comentarios persuasivos para borregos.

El del tatuaje del cuervo era Pastel. Era gordo, feo, tenía entradas y olía a rancio. Cuando se reía dejaba asomar algun que otro diente negruzco e infausto. El otro, Carry, parecía más modesto, aunque también más drogado e intoxicado.



- Así que tu eres el famoso Stig - dijo Pastel.
- Si, soy yo - le contesté.
- Me han hablado mucho de ti.
- Qué bien.
- Stig está metido en el rollo de los fanzines, y toda esa mierda - dijo Lois.
- He leído algunos y son realmente buenos - dijo Carry con la vista perdida tras dejar de comerse la boca con una de las putitas.
- Yo también he leído algo tuyo - dijo Pastel.
- Cuéntales tu secreto - dijo Lois.
- Bien, no tengo secretos - contesté - Empuño el lápiz, las tijeras, y dejo fluir toda mi imaginación tras haberme tomado dos cajas de seis cervezas.

Por la cara que hacían me dió la impresión de que no me tomaban en serio. Me puse furioso.

- Lois, creo que me largo - le dije.
- No tío, te dije que no te asustaras - me contestó amablemente mientras me sacudía el hombro.
- No aguanto toda esta mierda, todo esto apesta, joder.

La música hacía rato que había parado de sonar. Era un viejo equipo Pioneer de principios de los 90s acoplado a dos pantallas gigantes que seguramente habrían robado. Las pantallas eran mucho más buenas que el propio equipo de música.

- ¿Dónde está el puto concierto? - le pregunté a Lois.
- Se canceló el concierto, pero no te pude avisar porque no tienes teléfono, ya sabes.
- Mierda...

Me di la vuelta, les tiré una bolsa de plástico con unos cuantos fanzines viejos que había hecho hacía años. Miré a Carry y a Pastel.

- Eso es todo lo que tengo para vosotros - les dije.
- ¿No quieres un poco de cocaína Stig? - me dijo Carry orgulloso mientras posaba su súcia mano en la rodilla de una de esas zorras.
- Me gustaría pediros un favor.
- ¿Qué? - dijeron al unísono.
- Cuando me vaya de aquí cerrad la puerta, pues el ruido se oye desde muy lejos y es posible que venga la policía. Cerrad también las ventanas y dejad la luz de las velas, me parece más acojedor, más acorde con la mugre.
- ¿Nos estas vacilando, tío?
- No.

Me dí la vuelta, me despedí de Lois con una palmada en la espalda y tras agarrarme mis cervezas me largué de allí. Llegué al Corsa. Abrí la puerta con mi llave y busqué en la guantera. Encontré el zippo. Abrí la puerta del maletero. Busqué bajo la rueda de recambio una pequeña lata de combustible que recordaba haber guardado ahí en su día. Agarré la lata y me dirigí a la puerta de la casa. Traté de encender mi viejo teléfono móvil el cual hacía meses que no accedía. Se encendió. Envié un mensaje a Lois y tiré el teléfono a la cuneta.

Por sorpresa las puertas de la casa y las ventanas estaban cerradas. La música sonaba más bajo. Al fin y al cabo esos bravucones no eran tan valientes como pensaba.

Abrí la lata y empecé a rociar toda la hojarasca que había alrededor de la casa. Rocié tambien los marcos de las ventanas, de madera de roble podrido. Me encendí un cigarro y le dí una calada. Espere tres segundos y lancé el cigarro que acabó empapado. Saltó la chispa.

Me di la vuelta y andé hasta mi Corsa. Metí las llaves en la clavija y lo encendí. Metí la primera y aceleré mientras le daba al play al radiocassette. Pese a la música, pude oir el estruendo. Era una notícia sensacional.

Pensé en Lois, en los fanzines, en Carry, en Pastel, en las putas que habían ahí dento, en como arderían todos eses posters de mierda, en cómo quedarían las paredes llenas de pintadas, en Bakunin, y en toda la trivialidad de la juventud que a mi sólo me hacía vomitar.

Llegué a mi apartamento. Vomité en la jardinera. Me quité los zapatos. Me tumbé en el sofá y abrí una cerveza.

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