• Hola, soy Stig Inrau, y esta es mi historia ...

    Hola soy Stig Inrau, un joven de 25 años al cual le gusta la lectura fantástica, épica y medieval, futurística, el realismo súcio, la generacion beat, y el simbolismo en prosa de finales del siglo XIX. Con este blog pretendo escribir pequeños relatos con los cuales me desahogo en mi tiempo libre, no pretendo que nadie me compare ni me asocie con ningun autor, ya que las influencias son variopintas y no existen dos personas iguales. Con él no tengo intención de que se me juzgue, ni de caer bien a nadie.. ni espero que nadie lea este blog, pero sinceramente, un blog es "bueno" a partir de cuando recibe críticas, insultos, y se le censura, como las mejores películas y las mejores obras. " El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado. Gandhi " Los episodios que describen mi vida se suceden, aunque no tienen porque estar relacionados, ni en un contexto histórico ni en contenido. El primer episodio, es el último del blog, del mismo modo que el último episodio que aparece al entrar al blog, es el primero que aparece.

El espejo a dos bandas

Posted by Mordare On 13:08 0 comentarios

Habían pasado dos veranos. Ese era mi momento, el momento que llevaba esperando tras muchas noches borrosas y opacas en mi celda, rasponeando las paredes con las uñas de mi soledad, pero en cierto modo tranquilo, muy tranquilo.

Aquella mañana, los guardias se acercaron a mi cámara para ponerme el chaleco con las alas que me iban a devolver la libertad que hacía meses que no relamía.

- Tu! Sabandija asquerosa! Coje tu mierda y llévatela de aquí. Te largas...
- Qué infortunio. Nunca me imaginé una despedida tan cálida por tu parte, gordo - susurré.
- ¿ Qué has dicho ? !Cierra esa súcia boca! ¿ Me has entendido ?
- Si, si, tranquilo, no te vayas a herniar ahora por una simple despedida, joder...

Mientras carraspeaba el polvo de mi garganta cojí mis cosas y me dirigí a secretaria para recoger mis pertenencias y firmar mi albedrío. No obtuve ni una palmada en la espalda, ni una felicitación, ni una enhorabuena. De hecho nadie se despidió de mi.


Ahí fuera hacía mucho calor, era verano, y poco tardaron mis manos en humedecerse como escandalosas axilas. Ya sabéis, grillos, arena, polvo y sudor.

Ahí estaba, mi Corsa. Hacía dos años que lo habían aparcado en la periferia del recinto, y ahora parecía formar parte del inhóspito y yermo ecosistema. Estaba tan podrido como las hiedras que lo acunaban. De hecho parecía estar cómodo, por un momento no quise perturbar su bonito letargo. Arena, barro, polvo, malas hierbas y olor a cerveza podrida era lo que quedaba del Corsa.

Traté de arrancarlo. tras varios intentos, no había manera de despertar aquel sauriofósil de engranajes y aceite caducado. Empecé a cabrearme y acabé ultrajando a mi antiguo compañero. Le abandoné de un puntapié.

Estuve andando tres horas, pues las instalaciones de la penitenciaría de Hanksville estaban a unos cuantos kilómetros de la primera carretera que pasaba por la zona, los Henry Monts.

Al fin, tras seis horas caminando, pude avistar una empolvada y desértica carretera estatal que parecía tener la rodera de algún coche que por lo visto, no hacía mucho que había pasado por allí. Decidí esperar. Me sente tentando a la suerte. Pasaron las horas.

La paciencia dió resultado, cuando de pronto escuché en la lejanía como se acercaba un coche. Fijé mi vista al horizonte. Allí estaba el carro, era un Cadillac El Dorado Biarritz del '59, cuyo motor rugía de una manera inconfundible. Siempre me habían gustado los coches y conocía bastantes modelos de la época. Me levanté del suelo pesarosamente mientras espoleaba el polvo de mis pantalones y me acomodé sobre el asfalto esperando al majestuoso Cadillac.

El coche pasó de largo diez metros y derrapó en línea recta otros vente metros. Dió marcha atrás.

Era una mujer preciosa. Iba arreglada, como salida de una novela. Por un momento me sentí un plebeyo pidiendo limosna al lado de aquella belleza.

- Por un momento pensé que estabas muerto ! - me gritó.
- Vaya, no se me había pasado por la cabeza.

Mientras abría la puerta del Cadillac, me invitó a subir con un pequeño jesto con la cabeza.

- ¿Cómo te llamas, dónde te puedo llevar?
- Soy Stig Inrau y me he escapado de la penitenciaría - La mentí - Quiero ir a Europa.
- Qué dices, tio!? - Se sorprendío mientras soltaba una carcajada. - ¿Estas loco?

La verdad es que sus carcajadas me resultaron un poco desagradables, pero su escote hizo de libra, y como tal, pensé que merecía la pena no saltar del Cadillac.

- Fíjate - le dije mientras con las manos abiertas presentaba mi ropa - ¿Es que voy bien vestido? ¿Tengo pinta de haber recibido el alta o de estar loco? - Levanté las cejas esperando una respuesta.
- Joder tío, qué generoso eres con la justícia. No pareces mala persona. ¿Porqué te encerraron?
- Me encontré una entrada a un concierto. Me acerqué pensando que podría sacarme dos pavos con mis fanzines, y acabé prendiendo fuego a una garita con unos hijos de puta dentro.
- Jajaja ! Venga hombre, en serio, ¿Mataste a alguien?
- No, en realidad soy padre de família, me dedico a la reparación de electrodomésticos y tengo una pequeña casa en Goodhill donde crío avestruces, las exporto a Europa y a cambio recibo un pequeño salario con el que cubro mi colección de relojes antiguos, los cuales compro a fascistas arrogantes de la antigua Alemania nazi - Jamás me sentí tan satisfecho. Siempre quise vender mi vida a un desconocido. ¿ Tú a que te dedicas ?

Por primera vez se giró, me miró a los ojos mientras sonreía con picardía. Me enamoré al instante. Me puse nervioso y froté mis manos con mi pantalón para intentar paliar los sudores. Le miré a los ojos pero no antes sin mirarle al escote fugazmente.

- Soy sicaria - me dijo - Isaías, tres onze !Ay del impío! Mal le irá, porque según las obras de sus manos le será pagado. - Volvío la mirada a la carretera sin dejar de sonreir.

El corazón empezó a latirme rápido. Intenté desglosar lo que me había dicho pero lo olvidé al instante mientras me acomodaba en el asiento del Cadillac.

- Vaya, sicaria. Jamás lo habría dicho por tu apariencia. Yo pensaba que los sicarios eran como los ogros, gente con ojos de cristal, patas de palo o garfios, analfabetos a las ordenes de algún negro hijo de puta lleno de tatuajes, o algun blanquito millonario de Manhattan con negocios en Ciudad Juárez - Intenté ser simpático con ella, pero no recibí respuesta.
- ¿Sabes? - Me miró de arriba a abajo y fijó su mirada en mis ojos. Tienes algo, me caes bien...
- Dime que bajo tu culo no escondes una Beretta y que no pretendes vaciarla conmigo.
- Jajaja ! Cálla tonto! Seguro que tus cenizas sabrían peor que las de Paul Newman!
- No estés tan segura nena - Solté una carcajada.

Esa chica me caía bien, resultó curioso encontrarme con alguien como ella.

- ¿Cómo te llamas?
- Eva, Eva Lindgren. Soy de padres suecos.
- Lo suponía, ese pelo, esos ojos, esa piel, esas.. En fin. Quizás deba bajarme aquí, en esta gasolinera habrá un teléfono y con suerte algo de comida.
- ¿ No te llevo a Hanksville ? No gracias, me espavilaré mañana temprano. Esta noche la pasaré aquí.

Volvió a derrapar pero esta vez trazó una media luna en la carretera. Me miró, me cogió de la pechera y me besó en los labios. Sentí como se fundían los mios como un cubito en una sarten, y se me puso dura.

- Espero verte pronto - Me alcanzó la mano, y me dió una tarjeta amarilla y arrugada.
- No te preocupes, soy una persona que cumple sus promesas. Te llamaré.

Se fue tan rápido como vino, y me embriagué de su olor, del Cadillac y del sonido de aquel motor. Me acordé de mi Corsa.

Por un momento pensé que parecía estúpido haberla mentido de esa manera. Quizás hubiera sido mejor hablarle de mí, de quién soy, de que se me pasa por la cabeza. Quise meterme en un útero, no sabía por que me sentía mal.

La engañé a ella, y me engañé a mi. Pero al fin y al cabo le saqué partido. Tenía en las manos una tarjeta;


Floristería Lindgren
Hanksville
08-56.3451900
North Lake Str. 39
Eva Lindren
Eva Lindgren


- Qué cojones.. !?!

Dí dos pasos y alcé la vista rápidamente al horizonte. No quedaba nada. Ni rastro del Cadillac ni de Eva, la sicaria. Negué con la cabeza y sonriendo en voz alta me guardé la tarjeta en el bolsillo.

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