• Hola, soy Stig Inrau, y esta es mi historia ...

    Hola soy Stig Inrau, un joven de 25 años al cual le gusta la lectura fantástica, épica y medieval, futurística, el realismo súcio, la generacion beat, y el simbolismo en prosa de finales del siglo XIX. Con este blog pretendo escribir pequeños relatos con los cuales me desahogo en mi tiempo libre, no pretendo que nadie me compare ni me asocie con ningun autor, ya que las influencias son variopintas y no existen dos personas iguales. Con él no tengo intención de que se me juzgue, ni de caer bien a nadie.. ni espero que nadie lea este blog, pero sinceramente, un blog es "bueno" a partir de cuando recibe críticas, insultos, y se le censura, como las mejores películas y las mejores obras. " El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado. Gandhi " Los episodios que describen mi vida se suceden, aunque no tienen porque estar relacionados, ni en un contexto histórico ni en contenido. El primer episodio, es el último del blog, del mismo modo que el último episodio que aparece al entrar al blog, es el primero que aparece.

Ese día según me habían dicho iban a venir a visitarme a la celda. Una visita especial, o eso esperaba. Hasta entonces solo había recibido visitas de articulistas urbanos, reporteros baratos, fisgones, algunos seguidores e incluso algún que otro capellán con su jodida vehemencia sacramentada de mierda. Detestaba todo tipo de visitas, sobretodo cuando lo único que hacían era preguntarme absurdeces descabelladas o congratularme por todo lo que había hecho.

Nunca pensé que matar a alguien iba a poder dar tanto de sí. El caso es que yo estaba en el punto de mira de la ley, y el edicto me declaró culpable de los hechos.

Me llamaron por megafonía.

- STIG INRAU, ACCEDA A LA SALA VIDRIADA POR FAVOR.

Me levanté pesarosamente de la cama que habían dipuesto en la celda. Me había hecho amigo de los muelles que sustentavan los últimos suspiros de los convictos, así que froté con delicadeza las sábanas con la palma de mi mano. Cojí mi cajetilla de Winston. LLegué por el pasillo, abrumado por los gruñidos ululantes de los presos que escarnecían en ridículos sollozos y mascullaban insultos.

Abrí la puerta de la sala vidriada. Tomé mi asiento.

Era una chica, alta, delgada y aparentemente algo desaliñada para mi gusto. Tenía ojeras naturales, lo cual le daba un aire taimado que me hizo rechinar los dientes. Su pelo era de un dorado cobrizo y sus mechones fijaron su mirada en mí. La miré de arriba abajo. Llevaba un tejano desgastado, con una camisa a cuadros de colores negra y azul. También pude ver que tenía un bolígrafo, que diestramente se pasaba de un dedo a otro haciéndolo voltear graciosamente. Parecía nerviosa, eso me gustó.

- ¿Y bien? - le dije.
Ella titubeó.
- Hola... Em, soy, soy Alba.
- Hola Alba. ¿Estás temblando?
- Bueno.. no, em, quizás un poco, sí.
- No debes amedrentarte, solo soy un renegado.
- He oído hablar mucho de tí.
En un principio pensé que era una periodista, una policía infiltrada o una reportera atrevida.
- ¿Qué has oído de mí?
- Em.. Bueno, supongo que no todo será cierto, pero de todos modos todo tiene un porqué, algo que nos empuja y nos motiva a hacerlo.
- ¿A eso has venido, Alba? ¿Era así como te llamabas, no?
- Si, bueno.. No he venido para eso.
- Bien.
Me acomodé en la súcia silla de madera y me crucé de brazos.
- El motivo por el que he venido desde Ontario ha sido porque he leído sobre tí. Soy una estudiante de criminología y me gustaría que colaboraras con una pregunta.
- Joder, faltaría más - le contesté - Adelante!
Dí una palmada al aire para que diera comienzo la ceremonia. Ví como Alba se adecuaba el bolígrafo y cruzaba las piernas. Tenía unas piernas maravillosas, eran como un regalo papal, algo etéreo que me hacía viajar en el tiempo.
- Bien.. Empezaré por...
- Tienes unas piernas muy bonitas - la interrumpí - ¿te lo han dicho alguna vez?
- No, bueno... em... - se ruborizó.
- ¿Puedes acercarte al cristal, Alba? Quiero verte de cerca - le dije.
Alba se levantó de la silla. Se acercó temerosamente hasta el cristal y puso una mano sobre él. Miraba al suelo, y me miraba a mí. Parecía que había olvidado como se sonreía. O eso, o estaba empezandose a acojonar de verdad.
- Eres preciosa - le espeté sin pensarlo.
Me levanté de mi silla y pegué mi mano a la suya, a través del cristal. Pude ver en sus ojos la expresión del espanto y el terror. Eso me causó pena.
- Ya puedes sentarte, Alba. Gracias, adelante.
- ¿Qué comiste ese día?
- Huevos fritos con panzeta, estaba poco hecha si no recuerdo mal.
- Bien. ¿Qué te gusta beber? ¿Cerveza?
- Me gusta el zumo de manzana. Me gusta el pensamiento de abeja. Me gusta la cerveza. Me gusta el sabor del hierro que tiene la sangre. ¿Cuando te hieres te chupas la herida?
- Emm.. No, bueno, alguna vez, algún corte, pero no acostumbro.
- Me encanta, la sangre no perjudica. La vida de muchas personas depende de los bancos de sangre que tengas. La sangre es vida. ¿Por qué renunciar a ella?
- Bueno, supongo que tienes razón. ¿Cuándo tomaste la decisión?
- Cuando estuve seguro, salí de la casa, agarré mi lata de gasolina y les prendí fuego a los hijos de puta. Entonces... Supongo que cuando salí de la casa, o no.. Alomejor antes, alomejor cuando intentaron caer bien. O quizás antes, no estoy seguro.
- Bien. ¿Dejaste a un amigo dentro?
- Le envié un mensaje al móbil avisandole de que saliera de la casa. No lo oiría...
- Entonces saliste de la casa, cojiste tu lata de gasolina, rociaste la casa, quemaste vivas a 18 personas.. pero ¿Cuáles son las razones?
- Existen dos tipos de personas.
- ¿Cómo?
- Los que pasan la vida soñando; y los que dan vida a sus sueños...
- No entiendo nada Stig, ¿Qué quieres decir?
- Los que pasan por la vida sin dejar huella y los que la dejan. Entre los segundos, los que pueden crean y los que no son capaces de tanto destruyen.
- Entonces tu te consideras de entre los segundos, de los que dejan huella.
- Si - continué - Dios manda a las personas hacer su voluntad, pero a mi me mandó hacer lo que me salía de las pelotas.
- Es un poco duro tu punto de vista - concluyó - Bien, imagino que no tendrás ganas de hablar más sobre esto, remover la mierda y eso, ya sabes.
- Me gusta tu voz.
- Gracias.
- En serio, eres distinta a todas las putas que han venido a verme hasta ahora, eran la voz de la discordia. Todas esas rameras han intentado manipular mis palabras para usarlas en mi contra. Quieren hacer de mi un muñeco de circo, pero al carajo.
- Sé como te sientes - me dijo.
- ¿Oye, tu serías capaz de hacer algo por mí?
- Depende Stig, ya sabes que toda esta mierda no da para mucho, el cristal, los guardias, esa cámara que hay ahí - señaló con el dedo.
Yo me levanté con un gesto brusco. Agarré el teléfono y lo arranqué del puesto. Lo lancé con mala hostia a la cámara de seguridad, pero fallé y lo rompi en pedazos. Había dejado un surco en el yeso húmedo y viejuno de la pared que hacía esquina.
- Cálmate Stig, joder!
- Detesto los ojos y las cámaras. No son más que dispositivos que profanan la intimidad y alimentan a cuatro sarnosos con la ralla al lado, que se divierten selañando su receptor mientras locos, enfermos y presos se abren brechas en la cabeza contra las paredes de sus celdas.
- Está bien. ¿Qué puedo hacer por tí?
- Quiero que mandes una carta.
- No hay fallo. ¿A quién quieres que se la envíe?
- Quiero que publiques esta mierda. La envíes a una editorial, a los periódicos, a todo el mundo. Al Vaticano, a Europa, Asia, a todo Dios.
- Pero...
- Házlo por favor.
Le pasé la carta por debajo del cristal, utilizando la pequeña ranura, esa muesca en el cristal que utilizaban los presos para trapichear con los camellos.

El nacimiento de la tragedia en el espíritu de los hombres,
el nacimiento del dolor engendrado por nosotros,
humildes, ratas, súcios cobardes, más alla del bien y del mal,
así habló Stig, crepúsculo de ídolos, prejuicios morales,
sobre el porvenir, el sexo, la muerte.
Tengo el suprahombre en mis entrañas,
soy humano, demasiado humano.

Stig.

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