• Hola, soy Stig Inrau, y esta es mi historia ...

    Hola soy Stig Inrau, un joven de 25 años al cual le gusta la lectura fantástica, épica y medieval, futurística, el realismo súcio, la generacion beat, y el simbolismo en prosa de finales del siglo XIX. Con este blog pretendo escribir pequeños relatos con los cuales me desahogo en mi tiempo libre, no pretendo que nadie me compare ni me asocie con ningun autor, ya que las influencias son variopintas y no existen dos personas iguales. Con él no tengo intención de que se me juzgue, ni de caer bien a nadie.. ni espero que nadie lea este blog, pero sinceramente, un blog es "bueno" a partir de cuando recibe críticas, insultos, y se le censura, como las mejores películas y las mejores obras. " El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado. Gandhi " Los episodios que describen mi vida se suceden, aunque no tienen porque estar relacionados, ni en un contexto histórico ni en contenido. El primer episodio, es el último del blog, del mismo modo que el último episodio que aparece al entrar al blog, es el primero que aparece.

Después de asistir al concierto que habían dado en el túnel de la autopista me dirigí a mi coche para conducir hasta mi apartamento. Llegué. Tras abrir la puerta me descalcé y coloqué mis botas en paralelo, así, ligeramente separadas la una de la otra. Abrí la nevera. La dos primeras botellas las abrí con la boca. Me quité la ropa y me quedé en calzones. Me tumbé en el sofá.

Escuché un ruido que provenía del patio. Me asomé a la ventana pero no vi nada, solo la silueta de un gato que merodeaba los cubos metálicos de basura. Seguramente ese gato no viva muy lejos. Algún día saldré ahí fuera, y tras zarandearle lo mataré. Me da tanta pena. Incluso esas conversaciones inútiles que oigo a veces suenan más espléndidas que el caminar del gato sobre el muro. Me aburre.

Volví a mi sofá y encendí un cigarrillo. Le dí una larga calada y me miré las manos. Suspiré y con nerviosismo empecé a hacer zapping, sin prestar mucha atención a lo que echaban en la tele.

Oí como llamaban a la puerta.

- Entra, no he cerrado con llave.

Dejé la botella en la mesa, y me di la vuelta con pereza. Gruñí. Vi una silueta oscura que entraba por la puerta. La cerró tras ella.

-¿Te conozco? Tómate cuantas cervezas quieras, podría alimentar a un ejército con ellas.
- Bien.

Acostumbraba a no encender las luces de mi apartamento. No me gusta la luz. La oscuridad me da la tranquilidad que necesito. A veces prefiero no verme las manos tras fumarme dos cajetillas de tabaco en un concierto bajo el puente de la autopista.

- Joder, siéntate conmigo. Estaba mirando que hacen en la televisión.
- La televisión es entrañable pero bastarda.

Percibí como esa sombra se iba acercando. Arrastraba los pies el muy cabrón. Notaba frío, pero eso no me disgustaba.

- Puedes descalzarte si quieres.
- No es un problema.

Cuando esa cosa se sentó a mi lado me tocó la rodilla. Sentí el frío. Le miré a la cara. Tenía un tono renegrido pero me pareció curioso.

- ¿Quién eres?
- La Muerte.
- Mierda, ¿eres la muerte?
- Si.
- Dicen que la muerte viste de negro.
- Dicen. También debería llevar una guadaña, un clámide negro y una expresión exánime.

La verdad es que el muy cabrón tenía la cara masacrada por las picadas y las manchas de la viruela.

Me levanté. Abrí la nevera. Esta vez no la abrí con la boca, usé un abridor de botellas que me regalo Cindy la vez que la llevé a la playa y acabé levantandole la pollera para jodermela.

Nos terminamos el paquete de cervezas que había dejado preparado en la nevera para mi vuelta del concierto. La Muerte se sirvió mi último cigarro y se lo fumó de una calada.

- Tío, todo esto me parece de lo más absurdo.
- Lo es.

Apagamos la televisión, y nos pusimos a charlar sobre temas más relevantes. La Muerte tenía una voz oronda, pero era agradable oirla. Parecía satisfecha con la compañía. Yo empecé a acostumbrarme a ese frío. Me decidí a pensar que podía preguntarle.

- Oye, ¿Porqué toda esa mierda de gente se viste de negro en los entierros? No considero que la muerte sea elegante. Odio esas procesiones de casposos vestidos de negro intentando reflejar su compasión a la família del difunto.
- Es curioso, sí.
- Mierda, sí lo es.
- Creo que todos tienen una imagen negativa y satanizada de lo que realmente representa ese concilio para tontos.
- Si.
- No recuerdo haber asistido a ningun entierro donde una golfa se pusiera un atavío barato.
- A las golfas les gusta ser golfas cuando llueve y cuando hace sol.
- Tienes razón. La última persona a la que me llevé la desnudé a las puertas del infierno.
- Joder.
- Intenté jodermela. Pensé que morir, no es el final de una canción cristiana compuesta por un sacerdote. Entonces le puse otra vez la ropa.

Empecé a sentir el sueño. Le pedí que se fuera.

- Ha sido un placer. Ahora me gustaría descansar si me lo permites.
- Bien.
- ¿A que has venido?
- Bueno pasaba por aquí, me gustó el aspecto de tu apartamento visto desde la calle.
- No está mal para lo que pago. ¿Viste al gato negro que hay merodeando los cubos de basura?
- Si.
- Algún dia me lo quedaré.

La muerte se levantó y se despidió de mi. Al abrir la puerta de mi apartamento se dió la vuelta.

- Oye.
- ¿Que?
- En realidad venía por un motivo.
- ¿Si?
- Venía a fumarme tu tabaco.
- No te preocupes.

Cojí el paquete vacío que había dejado en la mesa. Lo arrugué con las dos manos. Lo lancé, pero no hice canasta en la esquina donde había un cubo súcio, con muchos papeles arrugados a su alrededor.

Me levanté y me fuí a mi dormitorio. Acomodé mi almohada y me tumbé con los ojos cerrados. Pensé en las diferentes formas que había de matar a un gato.

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